Arellanizar es educar: Jugadores de la Casa Alba visitan el Museo de la Memoria

Once muchachos participaron de actividad organizada por el área de Desarrollo Social del CSD Colo Colo.


“Estas actividades nos sacan de la rutina de Casa Alba y sirven para que los chicos se vayan culturizando un poco. Es bueno aprender de la historia de Chile”. Marcelo Ríos es uno de los goleadores de la sub 17 de Colo-Colo, pero esta tarde de domingo no la pasó viendo fútbol en el televisor del living de su residencia permanente de Av. Benito Rebolledo. Son once los muchachos, de distintas edades, que viajan en una van rumbo al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en una actividad organizada por el área de Desarrollo Social del CSD Colo-Colo.

Los niños bromean, pero en ningún momento dejan de mostrar la timidez propia de la edad y propia de quien se encuentra fuera de su elemento. En un museo están jugando de visita. Uno de ellos pregunta qué es ese extraño aparato, similar a un control remoto, que ciertos turistas acercan a sus oídos mientras van por el lugar.

El recorrido cuenta con la importante asistencia de Gonzalo Beltrán, profesor de Historia que imparte clases de refuerzo en Casa Alba, y comienza con una reflexión sobre los Derechos Humanos y la forma en que se atenta contra ellos alrededor del mundo. Pero, ¿y qué son los Derechos Humanos? “Nuestra libertad de expresión” dice Iván Contreras, un poco para romper el nervioso silencio de sus compañeros ante la pregunta. Y “exacto”, dice Gonzalo, aunque él sabe que no se trata exactamente de eso. Dice “exacto” porque el aprendizaje es paulatino y requiere de refuerzo positivo. Ya habrá tiempo, más adelante en la tarde, para explicitar que los DDHH son los distintos derechos que nadie puede perder nunca, ni en la cárcel ni en ningún momento, por el solo hecho de pertenecer a la raza humana. Lo que busca Gonzalo, en esta primera parada, es conectarlos con lo que ya habían discutido en clases.

La bienvenida al museo es una explanada descendente, porque su ruta está diseñada como un ascenso desde lo más bajo. Junto al mapamundi de agresiones a los DDHH hay un mapa de Chile que señala todos los puntos en que se sabe a ciencia cierta que ocurrieron crímenes de Estado. Luego, subiendo las escaleras, una sala se dedica a narrar los hechos del 11 de septiembre de 1973.

Se les pidió que se mantuvieran cercanos, pero también se les dio espacio para recorrer con libertad la muestra de testimonios que relatan las condiciones en las que se encontraba el país. Las experiencias de la gente, las portadas de los diarios, los bandos militares, el toque de queda.

Después vendría la parte más fuerte. El detalle de la represión y de la tortura. “Quiero saber cómo fue” había dicho Sebastián Saavedra, de la sub 14, antes de ingresar al museo. Difícilmente sabía cómo fue. Hasta para quienes lo saben es difícil creer que es verdad. La barbarie, la inhumanidad, la crueldad. Un sector del museo que impacta y del que cuesta hablar sin sensacionalizar el sufrimiento.

Luego, el dolor de los niños. Ríos señala a sus compañeros la pared con las cartas que escribieron los menores de esa época: “Ese fue el capítulo más triste. No me puedo imaginar a esos niños escribiendo lo terrible que fue vivir todas estas cosas”, comentó.

No todo es tortura y muerte. El siguiente piso se dedica a mostrar cómo la ciudadanía se fue organizando, lentamente, rompiendo los cercos de la censura y el miedo, para manifestar su desacuerdo con el estado de las cosas, así como para convencer a compatriotas y extranjeros de que lo que estaban denunciando sí sucedía, sí era cierto.

Y entonces, el momento de tranquila reflexión. Una velatón en un balcón que da de frente a un inmenso muro con cada uno de los que no sobrevivieron. Fotos de la mayoría, aunque también marcos en blanco. Hay quienes sólo tienen fotos de cuando eran muy menores, apunta Gonzalo. En una pantalla interactiva es posible revisar cada historia particular. Los jugadores ponen atención, algunos se concentran en un rostro que los mira de vuelta desde la lejanía.

La ruta termina recreando lo que fue el Plebiscito de 1988 y el retorno de la democracia. Mejor dicho, el fin de la dictadura. Qué es la democracia sino el largo camino en que la vamos perfeccionando y defendiendo.

Ahí, en un pilar que exhibe los titulares de los diarios de aquel año, aparece el infame “300 millones para el estadio de Colo-Colo”: buen momento para mostrar el resto de los titulares de la prensa de aquellos días para que la mentira quede expuesta por sí misma. Una tele de la época muestra la franja televisiva: buen momento para hablar de Carlos Caszely y su madre, mirando a la cámara desde un living con un banderín del Cacique. Ya antes se había hecho hincapié en los socios, jugadores y médico del Club que estuvieron presos en el Estadio Nacional, y en que los asesinados Tucapel Jiménez y Manuel Guerrero eran socios de Colo-Colo.

Podría resultar hasta controversial llevar a los menores a un museo que se ha visto envuelto en tristes polémicas de poca monta durante estos días. A los colocolinos de derecha habría que decirles que calma, que tranquilos, que la visita a este museo no es una concientización política. Aprender sobre los Derechos Humanos y sobre el oscuro pozo en que caemos como sociedad si dejamos de respetar ese mínimo esencial no tiene nada que ver con el sector por el cual uno decida votar. A los colocolinos de izquierda habría que decirles que calma, que tranquilos, que la visita a este museo no es una concientización política. Los muchachos vivieron la experiencia como lo que son: adolescentes hiperconectados, con bajo nivel de concentración acaso por lo mismo, con poco afán de leer textos que no sean obligatorios. No tiene nada de malo: este lugar nos recuerda que es un alivio que sean como son por culpa de la tecnología y no por culpa del horror.

La idea nunca fue que salieran de ahí como expertos en historia chilena del siglo XX. Quizás si los hubiesen interrogado sobre lo que vieron demostrarían no haber retenido mucho. No importa. Lo que les haya quedado será información que antes no tenían y ahora sí. Tal vez no sepan exactamente bien qué sucedió, por qué sucedió y cómo sucedió, pero al menos ya saben que sí sucedió. Eso cuenta.

Ya concluido el paseo, se divertían viendo un video en YouTube con una canción compuesta sobre los ladridos de un perro. Está bien que rían, su alegría hace bien. Son niños, después de todo. Pero sí pusieron atención cuando se les dijo que mientras pasaban todas estas cosas horrendas que descubrieron, Colo-Colo jugaba domingo a domingo, y que mucha gente culpa al fútbol y a los futbolistas de vivir en una burbuja, ajenos a lo que sucede en el país. Quizás cuánta de la gente que llenó el estadio tenía un ser querido que la estaba pasando mal. Si Colo-Colo es el equipo del pueblo, les corresponde saber qué es lo que le ocurre a ese pueblo.

Saavedra se declaró impactado. “Es duro. Me llama la atención la frialdad que tuvieron para torturar a las personas. Las imágenes que hay son muy fuertes y nunca imaginé que algo así haya podido pasar acá. Me voy satisfecho, nunca pensé que sería como fue. Como jugador de Colo-Colo ahora debo tener un nuevo rol, en el fútbol debemos tener opinión de las cosas”.

“Mis padres y mis abuelos siempre me comentaron lo que pasó —dice Ríos—, pero nunca le tomé el peso de lo que fue en realidad. Estar acá es algo muy emocionante y ojalá nunca más se repita todo esto en nuestro país”.

Saliendo del museo pasan frente a los 30 artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, inscritos sobre un muro lejano, pero ya no es momento para profundizar contenidos, sino de volver a la van y a sus vidas. Si aprendieron cosas grandes y ocultas que desconocían, o si fue un impacto de terror que olvidarán con facilidad, eso sólo el tiempo lo dirá, pero el área de Desarrollo Social se propone continuar apostando por la formación integral de las series menores del Cacique.

La Casa Alba los estaba esperando. Iván preguntó que cuándo salían las fotos que tomaron, y que si las podía recibir al WhatsApp para mostrárselas a su mamá. Que ella tenía muchas ganas de ir al museo.

CSD CC